She.
Me quiero casar contigo porque desconozco la palabra inseguridad desde que estoy contigo, porque me esperaste a pesar de que la estación se quedó vacía y no había tren para abordar, porque escribir tu nombre sin una sonrisa de niño ilusionado es tan imposible como un gobierno sin corrupción, porque desprendiste de mi piel aquel abrigo gris con el aroma del pasado y en su lugar dejaste tu perfume en mi camisa, porque el verbo caminar se vuelve sinónimo de felicidad siempre y cuando vaya sujeto a tu mano, porque abrazarte a ti es renovarme y sentir que me nace una primavera en el pecho, porque si es contigo le tatúo un si a todo, y porque escuchar tus gemidos es mucho más que un acto sexual, es un concierto donde la protagonista eres tú, y yo tu más grande admirador.
"Dice estar muerto pero llora con ciertas canciones y se conmueve al filo de un libro. Él no está muerto, solo está infinitamente roto".
Elena Poe.
Ginebra
Que felices éramos
Nunca nos dimos cuenta de la gran felicidad que uno le cauausaba al otro, lo notamos cuando nuestras mañanas eran grises, cuando veíamos esa silla vacía al frente nuestro, cuando mirábamos aquellas fotos o volvíamos a leer nuestras conversaciones, cuando recordabamos nuestras llamadas por la madrugada y como olvidar cuando peleábamos por quien amaba más al otro, ahora me doy cuenta que éramos felices pero nunca nos dimos cuneta de eso, no supimos ver a la gran persona que teníamos a nuestro lado, quizás ahora ya eres feliz con alguien más, tal vez también tu estas pensando en todo lo que pasamos juntos, a ti también te pasa que no puedes dormir porque no sientes ese cálido abrazo que te hacia sentir que nada te pasaría.
“Durante años imaginé 10 millones de posibles reencuentros entre tú yo. En todos imaginaba que al dar la vuelta al despedirnos tú me tomabas de la mano y me decías que todavía no era tiempo de decirnos adiós. Hasta que un día, un día realmente nos volvimos a encontrar. Para entonces tú y yo ya éramos seres tan diferentes a lo que alguna vez habíamos sido. Ya habíamos madurado, habíamos pensado y habías asimilado toda nuestra historia. Y fue por eso que el reencuentro fue tan inesperado. Y, sin embargo, tan necesario. El día que nos volvimos a encontrar yo ya había dejado de extrañarte y ya no pensaba cada noche en por qué habíamos tenido que renunciar a nosotros. Pero ese día, el día que volví a verte lo entendí TODO. Preguntamos qué tal habían ido nuestras vidas, qué cosas habíamos hecho, qué cosas habíamos dejado de hacer. Los dos en las vidas correctas. Ambos solteros, con la posibilidad infinita que nos había caracterizado nunca. Charlamos animadamente hasta que mencionaron mi nombre y fue entonces cuando tuve que decir adiós. Por primera vez en la vida tus ojos brillaban diferente y, en lugar de parecer que necesitabas irte, algo en tus ojos me gritaba que no me fuera. Y tal vez, tal vez era lo que yo le había pedido tanto tiempo a la vida, que no me dejaras ir, que te aferraras, que te quedaras. Y fue tanto, tanto que el día que tú querías quedarte fue el mismo día que yo solo deseaba irme. Y entendí, entendí por qué hasta entonces nos habíamos vuelto a ver, por qué después de tanto tiempo. Y te dije adiós, y me dijiste adiós. Pero esta vez fue diferente, esta vez yo me di la vuelta sin desear que me detuvieras y, por primera vez en la historia, tú deseabas detenerme. Y así fue, así me marché. Yo sintiendo que por fin habíamos tenido un cierre a la historia que tanto daño me hizo y tú, tú apenas dándote cuenta que la historia podría haber sido tan diferente si tan solo tú, no te hubieras marchado y, si tan solo yo, te hubiera podido soltar antes. Pero tú eres tú y yo soy yo. Dos almas libres que nunca estuvieron destinadas a estar juntas, que solo se aferraron a la idea de que un día podrían volar juntas, cuando, el verdadero destino, nuestro verdadero destino era aprender a vivirnos para después decirnos adiós. Para emprender el vuelo, volando alto, pero en direcciones contarias.”
— La sinfonía del alma.